
Postre sorpresa
Clara y Marisa entran en el reservado de uno de los restaurantes más caros y espectaculares de la ciudad. Se trata de una construcción de vidrio y acero, en parte suspendida sobre un acantilado. Lleva varios meses de moda, su lista de espera es de cuatro o cinco meses.
El reservado es lujoso y amplio. Tiene dos sillas muy cómodas, la mesa está pegada a un gran ventanal con una vista magnífica sobre el mar y el puerto de la ciudad. La mantelería y la vajilla son de lujo. Las copas de cristal de Murano.
• ¿Y esta sorpresa? ¿Qué celebramos? Esto tiene que haberte costado un pastón.
• No te preocupes y disfruta” le contesta Marisa.
Ambas mujeres rondan la cuarentena pero conservan una figura envidiable. Clara de cabello corto y moreno es delgada aunque sin llegar a parecer famélica. Marisa es todo lo contrario. Exuberante, con algo de sobrepeso. Pero con un sobrepeso muy bien repartido. Y exhibe una hermosa y cuidada melena rubia hasta media espalda.
Un camarero muy eficiente les sirve la comida. La velada discurre con normalidad, con demasiada normalidad. Clara piensa que su novia va a hacerle algo más que compartir la comida. Pero no sucede nada. Simplemente continúan comiendo y conversando alegremente.
Ella no ha sido nunca de tener la iniciativa, por lo tanto mantiene la compostura. Si acaso se insinúa levemente. Pero Marisa parece no hacer ni caso. “Estará cansada, no tiene ganas de juerga” piensa mientras degusta una sabrosa lubina a la sal con patatas y pimientos de guarnición.
Terminan las dos el segundo plato pero el camarero no aparece. Es muy extraño porque durante la cena ha estado muy atento. Educado y atento. Y muy discreto. Una discreción apoyada en la tecnología, el restaurante tiene una aplicación mediante la cual los clientes pueden avisar cuando debe entrar el servicio. Así se garantiza la intimidad.
Llevan ya un rato desde el final del segundo plato hablando de todo y de nada. Del postre no hay noticia. Marisa, es evidente, no ha apretado el icono verde para avisar el momento de servir.
Esto molesta un poco a Clara, nunca le ha gustado esperar. Además es muy golosa, la parte de los dulces es siempre para ella el mejor momento en sus comidas.
• ¿No hay postre? Pregunta Clara un poco insistente.
• Claro que sí, pero hay que esperar un poco “¿Te has quedado con hambre?”
• No, es pura gula. Ya sabes cómo me gusta el dulce. Y diciendo esto pasa la lengua por sus labios a modo de indirecta. Pero Marisa parece no prestar atención.
De repente suena la alarma del whasapp del teléfono de su pareja.
• ¿Quién es? Pregunta Clara.
• Tu postre. Le contesta Marisa con una media sonrisa.
En ese momento se abre la puerta del reservado. En lugar del camarero aparece Olga. Lleva un elegante vestido blanco, nada ajustado, pero con un escote espectacular. En sus manos sostiene un cáliz de plata lleno hasta el borde de chocolate caliente.
• ¡Olga! Grita Clara con una mezcla de sorpresa y entusiasmo ¿Pero tú no estabas en Francia?
• Sí. He venido gracias a Marisa. Me ha pagado los billetes.
“Marisa, esta vez te has coronado”. Olga está de Erasmus en Francia desde hace casi un año. Era su amante antes de conocerla. Estuvieron un tiempo en plan trío, la compartían con frecuencia. Al final se impuso la realidad. Una chica de veinte años no está para muchos compromisos. Y menos Olga, lista, espabilada y con ganas de conocer mundo.
Para Clara había llegado a ser como una droga. Pero no en el sentido de adicción, sino como quien está acostumbrado a tomarse un whisky los viernes al salir del trabajo y no pasa de ahí. Cuando se fue la encontró a faltar pero sin resultar una tragedia.
Marisa la llegó a ver como una amenaza pero se le pasó enseguida ese sentimiento viendo la actitud de su pareja. Participaba en los juegos más por acompañarla que por otra cosa. Vamos a ver, a nadie le amarga un dulce y Olga era un marrón glasé en el mundo de los dulces, pero no tenía la misma necesidad
El vestido de Olga es de estilo helénico y se aguanta con un solitario broche. Por esto cae del todo cuando Marisa lo desabrocha, dejando ver una figura atlética aunque con curvas bien marcadas. Pechos grandes y firmes, cadera ancha, barriga inexistente, glúteos torneados. Una auténtica escultura griega pero con cánones del 2022. No va totalmente depilada, encima del monte de venus hay un triángulo de pelo rubio, del mismo color que su melena.
– Olga, por Dios. Que nos pueden ver. Exclama Clara.
– No te preocupes esto es un reservado. No entrarán sin permiso. Y esos cristales son de espejo, podemos mirar pero no nos pueden ver. Le contesta Marisa.
Sin solución de continuidad Olga se sienta en las rodillas de Clara y tomando con los dedos una buena cantidad de chocolate se embadurna la boca. Clara continua medio paralizada pero responde a los labios y la lengua de la chica, conjugando el dulce sabor con la excitación de volver a jugar con su lengua. Aquella lengua suave pero segura, capaz de darle los orgasmos más potentes de su vida.
A Marisa la escena la excita mucho y decide unirse a la fiesta. Aparta los platos dejándolos en el carrito de servicio. Se desnuda y va hacia donde está la pareja enredada en el beso. “Vamos Olga. Recuerda que la homenajeada es Clara, ayúdame a tumbarla en la mesa para poder darle el regalo en condiciones”.
Entre las dos desnudan a Clara y la tumban en la mesa. Pasan un buen rato acariciando su cuerpo de arriba abajo. La acarician, la lamen, frotan delicadamente sus pezones “si seguís así me correré” comenta entre gemidos. “Córrete, para eso estamos aquí”. Le contestan al unísono. Poco a poco Olga y Marisa se especializan. La primera baja con su lengua hacia la vulva, la segunda se centra en el resto del cuerpo.
Clara experimenta varias sensaciones a la vez. Los dedos de Marisa frotando suavemente sus pezones, su lengua en el cuello y la oreja (sabe dónde lamer la muy cabrona) Las manos de Olga en los muslos y en lo poco que queda al descubierto de sus glúteos. Y la boca empieza jugar con su clítoris.
Llega al segundo orgasmo con una rapidez meteórica. Lo sabía antes de empezar, la lengua de Olga es especial. La lengua y cómo la utiliza. Y por supuesto, su toque maestro, introducir un dedo en el ano en el momento justo, ni antes ni después.
Cuando Clara deja de gritar y contraerse es cuando se dan cuenta de la presencia del camarero. “Anda, habré tocado el icono verde sin querer dice Marisa con tono burlón. Al final vamos a ser cuatro”.
