Una de las prácticas menos comprendidas dentro del BDSM es sin duda el sadomasoquismo. Muchas personas lo ven como una práctica enfermiza. No se entiende el papel del dolor dentro del Erotismo.
Esta relación implica dos elementos fundamentales. Por un lado una persona, la sádica capaz de generar un sufrimiento psíquico o físico. Y por el otro la masoquista, quién asume acepta y disfruta ese sufrimiento.
Parece que esté describiendo una tortura ¿Verdad? Y de hecho lo sería si no fuera por la aceptación voluntaria y deseada del masoquista. El sadomasoquismo dentro del BDSM es un juego y como tal tiene un inicio un final y una reglas pactadas entre todos los participantes. Puede calificarse tranquilamente como masoquismo asistido porque no se infringe ningún sufrimiento que la persona no desee experimentar. En una sesión de tortura las reglas las pone el torturador (A veces ni eso) y la víctima no cuenta para nada.
Aún así los ajenos a este mundo continúan viendo estas prácticas cómo enfermizas influenciados sin duda por una visión medicalizada de la sexualidad. Esa visión según la cual todo lo alejado de la pareja y la reproducción es una patología y como tal debe ser tratada.
Ya sea para obtener un placer mayor al finalizar la sesión, ya sea porque disfrutan de sufrimiento y placer mientras transcurre el juego, los participantes lo hacen de forma consciente voluntaria y deseada. Es un juego como otro cualquiera. Minoritario, si se quiere, pero sólo un juego.
Sin embargo la experiencia masoquista fuera de la sexualidad está mucho más extendida de lo que la gente cree. Muchas personas disfrutan de sufrimiento y placer combinados en otras facetas de la vida. Aunque lo tienen tan integrado que seguramente nunca han reflexionado sobre esto.
Tomemos como ejemplo la comida. Muchas de las personas que rechazan el dolor en prácticas eróticas no tienen ningún problema en acudir a restaurantes donde se preparan platos picantes.
El picante no es un sabor. En realidad es una experiencia táctil. Una de naturaleza dolorosa, por cierto. Algunas especias irritan la mucosa del paladar provocando como mínimo incomodidad y muchas veces directamente dolor. Ese dolor se mezcla con el sabor de los otros ingredientes produciendo una experiencia gastronómica especial. Las personas, por lo tanto, aguantan el dolor como parte del placer de degustar el plato.
¿Está esto muy lejos de lo que hace una persona cuando disfruta de unos azotes o de unos latigazos? Yo creo que no. En realidad es lo mismo. La única diferencia se encuentra en cómo vemos ambas cosas.
La gastronomía se ve como un acto social placentero y lúdico sin limitaciones de ningún tipo, cuyo objetivo máximo, además de alimentar, es complacer el deseo por degustar una determinada preparación.
Todo lo contrario ocurre con el sexo. Lo continuamos considerando como una forma de formar o de conservar parejas. Y además existe la creencia que eso se consigue con un sexo políticamente correcto basado en la delicadeza y la ternura.
¿Cómo van a formar a una pareja amorosa una persona que disfruta pegando y otra recibiendo? La ignorancia es mucha porque ese tipo de parejas existe. No son mejores pero tampoco son peores. Tienen los mismas ventajas y las mismas inconvenientes que las otras.
Pero además muchas personas practican el sadomasoquismo sin darse cuenta. Palmaditas en las nalgas pellizcos o arañazos son algunos de los ejemplos. Quizá no produzcan el mismo dolor que unas agujas clavadas en los pezones o de una pala golpeando los pies. Pero la diferencia es sólo de intensidad.
En todo caso si consideramos el picante como una alternativa dentro de la gran variedad gastronómica, lo mismo tendremos que hacer con el sadomasoquismo en el ámbito erótico. A lo mejor no es una mala idea añadir un poco de picante a nuestros juegos.
Detalle del retablo de Santa Cristina. Una escena santa per sádica.
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