Sentencia

sentencia

Esther sube al estrado. Frente a ella están diez jueces sentados detrás de una gran mesa. Un crucifijo y un gran libro, seguramente una biblia, la preside. Todos van vestidos a la última moda. Sólo hay un eclesiástico en un rincón, con sotana y birrete. Se trata de un tribunal civil formado por hombres y mujeres.  

Está totalmente desnuda y tiene las manos atadas al frente. Así pueden arrastrarla más fácilmente. Por instinto se cubre los genitales. Aunque no puede ya tener ningún pudor. Ha estado retenida casi dos horas con el resto de condenados. Los guardias han abusado de ella, la han magreado y obligado a masturbarlos. A uno le ha hecho, obligada, una felación. Tiene manchas de semen en la cara y los pechos.

“Bueno, aquí tenemos una brujita de lo más sexy. Vamos a ver qué dice tu sentencia – El juez toma un documento cedido por el secretario – Por bruja y concubina de Satanás deberías ser quemada viva en la hoguera. Pero aquí todos somos cristianos misericordiosos. Sólo tendrás que recitar un Credo. Eso sí, mientras dure serás azotada, así reflexionarás sobre tus pecados contra Dios y la Iglesia. Ah, y si te equivocas volveremos a empezar”.

Pese a tener una cuerda entre sus manos el guardia la garra de los pelos y la lleva hasta un potro donde es obligada a doblarse sobre si misma para poder atarle pies y manos a las patas. “Empieza a recitar” truena el Presidente del Tribunal.

“Creo en Dios todo poderosoooaaah” Grita cuando nota el impacto de un látigo en sus nalgas.

“Se ha equivocado, volvemos a empezar” grita el presidente desatando carcajadas y vítores del público. El castigo se interrumpe y vuelve a comenzar cinco veces. Al final consigue Esther recitarlo del todo y el suplicio termina.  

“Bueno, por fin lo has conseguido. Espero que reflexiones y no vuelvas a pecar. Aunque, visto lo visto, si has sido la puta de Satanás durante todo este tiempo podrás ser la nuestra un poquito más. Ves a esa esquina y prepárate para atender a todas, TODAS, las necesidades del Tribunal. Se oyen vítores y aplausos del tribunal, pero algunos abucheos del público.

Esther va a un extremo de la tarima, donde están las bebidas y la comida. Espera estoicamente. Siente su trasero caliente y dolorido. Peor a pesar del dolor está muy excitada unos hilillos de flujo caen por sus muslos. Uno de los guardias se da cuenta y se ríe, contribuyendo así a su humillación.

Le toca ahora el turno a un chico de unos veinte años, fornido y viril, totalmente depilado. El Presidente lee su sentencia, pero en lugar de recibir golpes en sus nalgas va a ser castigado en los testículos. Con las manos atadas a la espalda es conducido hasta donde se encuentra una mujer vestida como un mosquetero. Se quita el sombrero dejando ver una hermosa cabellera negra y toma una fusta. Dos soldados atan los pies a un separador de acero forzando al chaval a tener las piernas separadas. La mujer sonríe mientas da golpes en la mano con la fusta.

Uno de los miembros del tribunal chasca los dedos pidiendo más bebida. Esther se apresta a servirlo sosteniendo una botella en una bandeja de plata. Cuando termina de servir la copa del hombre este le agarra del pelo y la hace arrodillarse y entrar debajo de la mesa. Allí ve una verga totalmente erecta, no necesita preguntar.

Mientras chupa el pene del señor oye los agudos gritos del chaval. No consigue acabar el Credo en condiciones y el castigo se está prolongando mucho. Pero sus pensamientos se interrumpen cuando una mano aprieta su cabeza haciendo entrar el pene hasta el fondo de su garganta. La sorpresa es total. Esther nota toda su garganta llena de repente. Casi al instante vienen las arcadas, pero la mano no la suelta. A las arcadas se une un ahogo creciente, pero no la suelta. Sólo cuando por el ahogo empieza a notar dolor muscular debido a las contracciones involuntarias de sus músculos, solo entonces, es liberada.

Como buscando el aire escapado saca su cabeza de la mesa y puede ver la cara sonriente de aquel hombre. En sus ojos puede apreciar con toda seguridad que va a repetir la experiencia.

Tras varios ahogos, algunos con movimiento en el interior del pene en su garganta, se desata una profusa eyaculación en su boca. Para evitar su entrada en los pulmones traga una gran cantidad pero parte se derrama por la comisura de sus labios dejando dos regueros blancos a ambos lados de su boca.

“Vamos zorra, vuelve a tu puesto” le grita el hombre mientras la obliga a salir a gatas de su guarida. Cuando llega a su puesto está allí el chico, sus genitales están hinchados y rojizos. Humillada, con la garganta dolorida pero caliente, muy caliente se coloca al lado de las viandas para esperar otra orden.

El espectáculo se demora una hora más. Por la tarima pasan cinco chicas y cinco chicos. Cada vez el castigo es más fuerte e imaginativo. El público jalea, aplaude y lanza improperios colaborando con ellos a la humillación de los condenados.

Por su lado los jueces van disfrutando de los reos según sus necesidades, alimenticias y sexuales. Extrañamente no han abusado en exceso de ellos, una vez sirven para satisfacer las de algún miembro del jurado vuelven al lado de las viandas y esperan allí.

Cuando ha terminado el castigo del último de los condenados el presidente se pone en pie y alza los brazos para hacer callar al público. “Queridos hermanos, habéis presenciado el castigo de todos estos esbirros de Satanás. Creo que ya no van a volver al servicio del maligno. Pero, pienso ¿Tenéis suficiente con esto? ¿Compensará este castigo las cosechas perdidas y los animales muertos por el mal de ojo? – El público interrumpe el discurso con negativas y abucheos – Bueno, bueno. Creo que los miembros del tribunal hemos gozado un poco de estas perras de Satán. Y es injusto que el pueblo se quede sin nada. Por lo tanto, soldados: Lanzad a estas putas diabólicas al populacho para su disfrute”. El público estalla en vítores y aplausos.

Inmediatamente los guardias agarran a los reos y los hacen bajar, uno a uno por la escalera. Antes de alcanzar si quiera el último escalón son atrapados por varias personas y arrastrados al centro de los coros que se forman espontáneamente. Esther cae en uno formado por tres hombres y dos mujeres. Sin mediar palabra la obligan a ponerse de rodillas mientras una de ellas se tumba en el suelo y alza sus faldas.

Una larga noche de abusos se presenta ante sus ojos, pero lejos de cortársele el rollo su calentura aumenta de forma notable. Aunque parezca imposible. Eso sí, antes de forzarla a lamer su vulva la mujer le levanta la cabeza y le pregunta “¿Tienes algo que decirme?

Esther calla. No va a pronunciar la palabra de seguridad, de momento.

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